La influencia conjunta de tres o más variables deterministas produce cambios exponenciales en el tiempo, cuya predictibilidad resulta difícil o imposible. Si es el caso que A entonces B, si es el caso que C entonces D y si es caso de E entonces F, pero si es el caso que ocurren A, C y E simultáneamente (y estas relaciones causales guardan algún grado de dependencia) entonces no resulta claro el curso de los efectos derivados de la confluencia de los eventos desencadenantes. A partir del orden causal se abre un abanico de indeterminación cuya incognoscibilidad hace que la vida se nos presente como un misterio inacabable. La menor de las variaciones en la naturaleza o magnitud de las variables en juego, puede producir desde imperceptibles oscilaciones hasta descomunales embrollos en la trama de los acontecimientos. No obstante, no hay en esto misticismo, no hay teleología ni destino detrás de estas grades o pequeñas oscilaciones vitales. El corte transversal de la línea del tiempo en un punto arbitrario, sólo nos deja un momento que es tanto lugar de llegada como punto de partida para una nueva sucesión de eventos.
Física pura y ciega. No obstante, de ella proviene ese hermoso tropo de la existencia expresado en la cláusula: sensibilidad a las condiciones iniciales. La situación de paciente con la que cualquiera, sin importar quién, parte en la carrera de la vida está signada no tanto por las condiciones iniciales en sí mismas, sino en especial por la sensibilidad. La mayor o menor susceptibilidad a estas condiciones de partida, marcarán la manera en que se habrá de comprender luego el propio devenir personal. No pudiendo dejar de resentir, de volver a sentir a cada instante el instante del origen, y privados de acceder al logos de su physis, surge entonces la urgencia del relato. Urgencia de tejer, de urdir una trama que una los espacios discontinuos, que llene los momentos de vacío y sinrazón. Y como sólo quedan las huellas, se trata desesperadamente de colmar esa hendidura que ha quedado grabada en la superficie de cada quien.
Pero el dato, la huella, el efecto es indiferente al discurso que pretende agotarlo. Por eso se deja tejer y retejer en infinitas versiones, en interminables narraciones cuyos significantes no logran jamás significar del todo lo que en el fondo es inescrutable. Ahora bien, ¿qué ocurre si lo que falla precisamente es esa sensibilidad a las condiciones iniciales, si una condición inicial es precisamente la ausencia o incapacidad para dejarse afectar por tales o cuales circunstancias de partida? O al revés, ¿si hay una exacerbación de esa sensibilidad, si ante el más minúsculo de los estímulos no se puede dejar de reaccionar, qué pasa entonces? No hay simetría entre el agente de la acción y el que la padece. ¿Y si hay tal exacerbación de la sensibilidad y en vez de A, C y E lo que ocurre es A, C y no-E? ¿Si en vez de una presencia que actúa hay una dimensión que falta, qué pasa?
Una dimensión es un grado de libertad. El punto es el grado cero de la libertad, la línea el primer escalón, el plano dos grados de la misma y así ad infinutum. No es igual desplazarse sólo hacia adelante o hacia atrás que girar además a la derecha o a la izquierda, no es lo mismo recorrer un plano que ascenderlo o descenderlo. Cada dimensión que se gana es un escalón en la gradería de la libertad, su ausencia: una privación. El que se arrastra por el plano sólo puede pensar en la velocidad y en el trayecto que le falta, resintiendo, volviendo a sentir a cada instante el instante del origen.
Física pura y ciega. No obstante, de ella proviene ese hermoso tropo de la existencia expresado en la cláusula: sensibilidad a las condiciones iniciales. La situación de paciente con la que cualquiera, sin importar quién, parte en la carrera de la vida está signada no tanto por las condiciones iniciales en sí mismas, sino en especial por la sensibilidad. La mayor o menor susceptibilidad a estas condiciones de partida, marcarán la manera en que se habrá de comprender luego el propio devenir personal. No pudiendo dejar de resentir, de volver a sentir a cada instante el instante del origen, y privados de acceder al logos de su physis, surge entonces la urgencia del relato. Urgencia de tejer, de urdir una trama que una los espacios discontinuos, que llene los momentos de vacío y sinrazón. Y como sólo quedan las huellas, se trata desesperadamente de colmar esa hendidura que ha quedado grabada en la superficie de cada quien.
Pero el dato, la huella, el efecto es indiferente al discurso que pretende agotarlo. Por eso se deja tejer y retejer en infinitas versiones, en interminables narraciones cuyos significantes no logran jamás significar del todo lo que en el fondo es inescrutable. Ahora bien, ¿qué ocurre si lo que falla precisamente es esa sensibilidad a las condiciones iniciales, si una condición inicial es precisamente la ausencia o incapacidad para dejarse afectar por tales o cuales circunstancias de partida? O al revés, ¿si hay una exacerbación de esa sensibilidad, si ante el más minúsculo de los estímulos no se puede dejar de reaccionar, qué pasa entonces? No hay simetría entre el agente de la acción y el que la padece. ¿Y si hay tal exacerbación de la sensibilidad y en vez de A, C y E lo que ocurre es A, C y no-E? ¿Si en vez de una presencia que actúa hay una dimensión que falta, qué pasa?
Una dimensión es un grado de libertad. El punto es el grado cero de la libertad, la línea el primer escalón, el plano dos grados de la misma y así ad infinutum. No es igual desplazarse sólo hacia adelante o hacia atrás que girar además a la derecha o a la izquierda, no es lo mismo recorrer un plano que ascenderlo o descenderlo. Cada dimensión que se gana es un escalón en la gradería de la libertad, su ausencia: una privación. El que se arrastra por el plano sólo puede pensar en la velocidad y en el trayecto que le falta, resintiendo, volviendo a sentir a cada instante el instante del origen.